“El obsceno pájaro de la noche” de José Donoso: una cumbre de la literatura universal
Una ingente, grandiosa, monumental, vigorosa, pesadilla, donde realidad y ficción se entremezclan en planos imposibles y distorsionan sus fronteras hasta el torrente de la extenuación (La Peta Ponce que trastoca todo lo que toca y funde los tiempos y los confunde, alterando el sentido de todas las cosas, secundada, flagelada, por el espectro de la hambrienta, escuálida, voraz, perra amarilla). El escritor frustrado (Humberto, no Humberto, sin rostro, hombre-recurso-falo, Mudo, Mudito, no mudo, no sordo, ciego, no ciego, fajado, convertido en niño-santo, deshuesado, des-sexado, embutido en sacos, símbolo de la involución, regresar al feto) que muerde sus propios intestinos de la desintegración de la reducción de la anulación. La locura y obsexión del linaje de la aristocracia de don Jerónimo Azcoitía que caerá en el pozo del olvido del fin de los tiempos, yermo, yerto, asistiendo al desdibujo de su rostro ilustre y perfecto, anegado en el espejo del estanque que condenó a Narciso, sepultado por la ciudad de los mayores seres monstruosos y deformes, a la cabeza, al regazo del hijo condenable, maldito, Boy, el engendro del trauma ancestral, el no-nato, la trastienda secreta y decadente, horrísona, de una aristocracia con sus últimos síntomas de muerte y degeneración anunciadas. Desde la no-maternidad de Doña Inés, la Virgen condenada, niña-santa, niña bruja, alma del deseo más íntimamente sexual que devendrá en materia infértil, inmaterial, la abominadora del coño, la negación de la estirpe, la creación simbólica de la imposibilidad de la creación y la recreación y la regeneración, el fin lapidario y abrupto de la tradición de generaciones y generaciones de amos y esclavos. El ocaso de una oligarquía imperfecta, jibosa, erosionada, mortalmente agotada.
Y siempre las viejas, verrugosas, harapientas, amontonando porquerías y paquetitos, desdentadas, asiladas, mendicantes, enloquecidas, idiotizadas, sepultadas entre tapiadas paredes de adobe, las eternas sirvientas apartadas ahora del mundo por ser estigma de pellejos viejos, carcomas prescindibles de puro envejecimiento, ya inservibles, ya estorbos, las que representan el lado oculto y vergonzante de los señores, los grandes señores. Entronizadas por la ingenuidad salvaje y putera de la huérfana procaz y embobada, la Iris Mateluna. Las viejas: