Presentación de Isla Correyero sobre la poesía de José Martín Molina con motivo del recital poético perteneciente al tercer Ciclo de Poesía Ultimísima.
Transcripción de la presentación de Isla Correyero:
[…] Escribe los versos como si no los hubiese escrito él, sino algún alter ego lejanísimo, de tan lejano que le supuse un poeta feroz del romanticismo más radical y más violento. Creo que todas las mujeres que había allí, suspiraron de una forma coral, incontenible, oscura y tal vez, desesperada. Porque la verdad es que aquel poeta, este, ofrecía una cosa en el escenario y luego no dio ni una sonrisa. Yo creí que me sabía el truco, todos los trucos de la seducción, pero él, cuando me acerqué a saludarle, me enseñó esa carta que se tienen guardada todos los hombres atractivos por debajo de la mirada y me mostró los dientes de la desesperación, la mía, por supuesto, y tímidamente ya le dije que me había gustado su poesía. Pero pasó olímpicamente de mí, como debe ser, si uno no conoce de nada a una mujer anodina como yo. Porque él debió creer, lógicamente, que yo quería un autógrafo suyo. No sabía aún que yo le buscaba para algo más, mucho más. Le había fichado poéticamente, le había señalado ya con mi dedo de señalar a los precoces y a los buenos y me apunté mentalmente su holografía corporal y poética.
Tardé bastante en dar con él. Es esquivo, no deja ni marcas, ni rastros, ni señales, se muda de casa y de teléfono. No tiene muchos contactos con la gente de la poesía. Y yo la verdad, no quería preguntar a Basilio por discreción y por un poco de vergüenza, por timidez. Finalmente, unos amigos, aquí presentes, estupendos, Ángel Rodríguez Abad e Iñaki Serra, me dijeron que existía, que era real, que yo no lo había soñado. Pero tampoco me dieron su teléfono. Así que me puse a trabajar en la antología que estaba preparando, una antología de poesía radical. Y un día del verano, de esos días en que te levantas y te comes el mundo, aflojé mi discreción y mi vergüenza y llamé a Basilio. Por fin lo conseguí. Era mío.
El niño para mi antología, lo conocí, ya de otra manera. Me dejó sus textos y flipé con ganas y demás con su poesía rotunda, escabrosa y auténtica. Y ahora me explico, como debe hacer una presentadora formal, que para eso me han llamado y digo, primero escuetamente y a través de adjetivos muy bien pensados, medidos y concretos que: la poesía de José Martín Molina es ácida, tierna, variada, de temas y matices, dulce, sensual, muy sensual, fuerte, cínica, atormentada, marginal, efectista, tenebrosa, violenta muchas veces, apasionada y hasta cruel otras. Y digo en segundo lugar, que por sus versos desfilan las vivencias casi físicas, directamente asumidas como símbolo de este tiempo y esta sociedad, recorriendo en su creación poética un mundo complejo y torturado, cínico y poblado de seres a veces absurdos, reales, fantasmagóricos, hechos y figuras aparentemente inverosímiles que llegan a sobresaltarnos con su terrible cotidianeidad.
Otro de los rasgos temáticos que aprecio en su poesía es el tema amoroso en una doble vertiente: el amor tradicional pintado de ternura y humor, y en otra vertiente, una escritura directamente sexualizada, en la que el poeta se recrea a veces con obscenidad e incluso escatológica, y de cuyo reto sale airoso recurriendo al tono irónico o provocativo, como dije antes, o bien, a la fuerza de un verbo apasionado y que nos transmite su vivencia de sexo, por muy inmediata y obsesiva que resulte, como una verdad última de su mundo personal y su concepción de la existencia. Esta asunción del sexo como punto neurálgico, de su cosmovisión, no olvidemos la edad que tiene, le permite afrontar el tema con toda dignidad y enlazar perfectamente ese erotismo ajeno a los cánones de la ortodoxia expresiva convencional con esa multiplicidad temática, esa orgía descriptiva y noveladora de sus dráculas, por ejemplo, convirtiéndolo en un poeta radicalmente heteróclito, aunque convengo en señalar, o en señalarle a él, que tanta pluralidad de caminos en su cartografía creadora, esa incontinencia ajena a todo sentido de la ponderación, puede llevarle, si no coge bien cogidas las riendas, a un camino lleno de riesgos y extravíos de los que espero, sé, sepa salir sin perder su norte.
Y ahora que lea Gigoló, le pido, le pido que lea Vértigo, le pido que lea Toro, que lea Mortaja de luna para Drácula o Cabinas de Sex Shop o De aquí hasta allí cien años mediante. Le pido que lea Triángulo y abeja o Yo conocí una rubia, le pido. Que lea lo que quiera, pero yo quiero decir que este poeta que publicó su primer libro titulado Niño malo, con una poesía llena de frescura e inteligentemente irónica, hoy, ya pasados tres años de ese premio, de niño malo ha pasado a ser un hombre bueno, en todos los sentidos, un poeta de extensísimo pulmón, sin límites en el lenguaje de esta hora de la poesía española, hielo puro y puro fuego, que pondrá un puñal en una servilleta, en un libro o en un cuello y dirá rotundamente «Aquí estoy». Y yo no puedo decir más, elocuentemente, que he apostado por él y apostaré hasta el final siempre. Y ahora que lea, que lea lo último que ha escrito y que yo desconozco y me sorprenda como aquella primera vez. Y os sorprenda a vosotros y nos ate a su velocidad y a su romanticismo de salvaje, de feroz y un puntito bueno de locura y de magia abrasadora. Eso le pido, para todos.
Isla Correyero, escritora.