1) El consuelo de la blasfemia
En el significativo diario «El oficio de vivir» del escritor italiano Cesare Pavese (1908-1950), encontramos todo tipo de íntimos y personalísimos pensamientos versátiles como: la chanza tabernaria, la exaltada sensualidad, el más profundo desánimo, el existencialismo ateo, las reflexiones literarias, los abismos de la soledad, clarividentes aforismos y sentencias… En este caso, el 6 de diciembre de 1935, escribió un párrafo sobre la posibilidad de la venganza consoladora que el ser humano, desde su más estricta insignificancia, tiene a su alcance contra la preponderancia de Dios: la libertad de la blasfemia.
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(*) «mejor testimonio que podríamos dar de nuestra dignidad» (cita del poema Faros de Charles Baudelaire).
2) La creación instintiva de un poema
El 15 de diciembre de 1935, Cesare Pavese (1908-1950), en su singular diario El oficio de vivir, nos invita a descubrir su secreto literario a la hora de crear un poema. Cómo esos primeros versos vienen inconscientemente, casi por instinto, a través de un pensamiento, a materializarse en su mente, y a partir de ahí se va desmadejando el resto del poema. Así, el poema surge de un nítido embrión al que se le da forma concreta. Después va saliendo prácticamente solo. Y quizá, escribir, siempre conlleve este proceso con mayor o menor evidencia: esa puntita del iceberg inicial que surge de la psique, esos primeros versos, esas primeras líneas, ese primer párrafo, ese incipiente asomar de la cabeza del feto literario, y entonces ya sólo queda dejarse llevar por el empuje de la naturaleza de las palabras.
En lo que a mí respecta, la composición de una poesía acontece de una manera -que si no me lo mostrase la experiencia- nunca lo habría creído. Moviéndome en torno a una informe situación engañosa, me murmuro a mí mismo un pensamiento, encarnado en un ritmo abierto, siempre el mismo. Las diferentes palabras y sus diferentes uniones coloran la nueva concentración musical individualizándola. Y la mayor parte está hecha. No queda ahora más que volver sobre estos dos, tres, cuatro versos, casi siempre ya en este estadio definitivos e iniciales, y atormentarlos, interrogarles, adaptar sus diversos desarrollos, hasta que doy con el justo. Toda la poesía ha de ser extraída del núcleo que he dicho. Y cada verso que se añade lo determina cada vez mejor y evita un número cada vez mayor de errores de la fantasía. Hasta que las posibilidades intrínsecas del punto de partida son todas individualizadas y desarrolladas según mis fuerzas; de vez en cuando se han ido formando bajo la pluma nuevos núcleos rítmicos, identificables en las varias «imágenes» singulares del relato; y llego, con desgana porque el interés ya se está acabando, al último verso conclusivo, casi siempre amplio y reposado y relacionado con el principio, y recapitulador alusivamente de los diferentes núcleos. ¿Será la cristalización de Stendhal? Tengo frente a mí un complejo rítmico -lleno de colores, de pasajes, de rupturas y de distensiones- donde los varios momentos de descubrimiento, de pasos adelante -los núcleos, en fin- se intercambian, se iluminan, perennemente activados por la sangre rítmica que corre por todas partes. No me preocupo e intento pensar en otra cosa, pero sonrío estimulado por el secreto.
3) El concepto de pecado
El 5 de mayo de 1936, en su volcánico diario El oficio de vivir, el escritor y pensador italiano Cesare Pavese (1908-1950), nos habla, en su estilo directo, culto, crudo, intelectual, impulsivo y algo críptico, acerca del concepto de pecado, pero de un pecado laico, no religioso, que de manera moderna podríamos traducir como «error insalvable». Un tipo de pecado, que para más señas, es arbitrario, ya que dependería de la conciencia y la experiencia de cada individuo, de esa geografía interior, intransferible, de cada alma. Pecados íntimos, por así decir. En su interesante reflexión Pavese añade la conclusión de cómo la suma de esos errores fatales e irretornables, quizá casuales, quizá inevitables, pueden determinar, conformar, una vida errática, además de provocar una suma adicional de más errores insalvables, estableciendo una cadena o espiral de la que ya no se podrá salir con vida.
El pecado no es una acción en vez de otra, sino toda una existencia mal ensamblada. Hay quien peca y quien no. Las mismas cosas (odiar, joder, darse al ocio, maltratar, humillarse, ensoberbecerse) en unos son pecados y en otros no.
Haber pecado quiere decir quedarse convencido de que esa acción es de una manera misteriosa creadora de infelicidad propia para el porvenir, que ha ofendido a alguna ley misteriosa de armonía y no es más que un eslabón de una cadena de desarmonías precedentes y futuras. Vivir es como hacer una larga suma, en la que basta haberse equivocado en el total de los dos primeros sumandos para que ya no salga nunca.