Hasta el final del quinto capítulo de la primera parte de la novela Madame Bovary no asistimos prácticamente a la vida interior de Emma, la protagonista. Es la primera transparencia de sus sentimientos, y la primera turbación o desazón, unos días después de haber contraído matrimonio (es cuando podemos hablar del comienzo “real” de la novela):
concretamente en la vida por palabras como dicha, pasión y ebriedad que le habían parecido tan maravillosas en los libros.
Hablamos de la página 36 (según el libro que estoy leyendo, con traducción de Carmen Martín Gaite). Sólo un poco antes se nos retratan, someramente, pero con más misterio que precisión, los sentimientos que Emma alberga hacia Charles, su futuro marido.
Al fin, en el siguiente capítulo, el 6, en el que nos encontramos ahora mismo, se nos empieza a hablar por extenso de la adolescencia y juventud, a manera de flashback de Emma Rouault, futura (ya lo es en este capítulo) esposa de Charles Bovary.
Siempre me resultó extraño (había leído ya hace algunos años esta obra cumbre de Gustave Flaubert) que siendo todo el vaivén psicológico, el retrato emocional de Emma Bovary, el gran protagonista del relato, “tardase tanto” en entrar en escena, mientras a manera de quizá demasiado extensa e inesperada introducción, se nos narra la vida de Charles Bovary, desde su infancia o primera juventud, situándose el principio de la novela en el momento en que como apocado alumno nuevo entra en el Colegio de Rouen.
Este principio, nos llevó a pensar con pronta ingenuidad que quizá Gustave Flaubert fuese a escribir otra novela, pero pronto fue cambiando de idea y de protagonista y decidió no reescribir el principio (o parte de la primera parte o la primera parte entera). Pero pensándolo mejor, esto resulta difícil de admitir en alguien que pensaba mucho y con meticulosidad lo que escribía. Así que deberíamos buscar otras razones que excluyesen el capricho o la torpeza del autor.
Además, de haber cambiado el planteamiento inicial de la novela según la iba escribiendo, seguramente el estilo de los primeros capítulos acerca de Charles Bovary hubiera sido muy distinto: mucho más extenso en detalles y prosa y no tan esquemático y resumido y hasta frío, como si Flaubert quisiese acelerar el momento en que habrá de aparecer en toda su intensidad arrolladora su heroína Emma. (Aunque sin excluir largas descripciones de objetos y lugares).
Una prueba de esta celeridad y tono distante como de crónica, es la muerte de la primera esposa de Charles Bovary, cuando ya está ejerciendo de médico y ya ha conocido a Emma. Muere “tontamente”, de repente, sin justificación narrativa, porque sí, casi con la sensación de que ahora que ha aparecido Emma, esta mujer sobra, y así, sin complicaciones “de guión”, se la elimina de golpe. De pronto tiene un vómito de sangre mientras tiende la ropa, al día siguiente dice “¡Ay, Dios mío!”, suspira y pierde el conocimiento. Cuando Charles acude al instante en su ayuda:
Parece de coña. Pero así, de un golpe de plumazo, ya tenemos la vía libre para la historia incipiente de amor (o desamor) entre Charles y Emma.
De momento (la lectura nos irá desvelando la incógnita de por qué la elección de este principio para la narración) podríamos pensar que Flaubert nos quiere mostrar cómo prácticamente en aquellos entonces la mujer no existía autónomamente, siempre había un hombre por delante. La mujer como la sombra o la trastienda del sexo masculino, sin vida propia autosuficiente. De esta manera “había” que contar antes al hombre, y que como pigmalión, como introductor en la vida sentimental y sexual de una mujer, cobrara su omnipresente protagonismo, como si la vida íntima de una mujer sólo pudiese nacer de la costilla de los deseos de un hombre. No en vano, el apellido de la mujer cambiaba, dejaba de tener el apellido del padre, para tener el del esposo. La mujer como la prolongación irracional del hombre, la costilla del deseo, el brazo que sale del pecho del varón.
Así, se nos presenta “en sociedad” a Emma, a través de un (aparentemente) anodino y poco viril Charles Bovary.
O quizá, todo esto obedece al fino humor intelectual de Flaubert, que de una manera retorcida y hermética, con maniobras de despiste, nos va narrando una historia dramática y subyugante. Lo iremos viendo según avancemos en la lectura…
Añadimos, para terminar, otro raro “anacronismo” que nos inquieta: el narrador de la historia. ¿Quién es? La novela arranca así, con la aparición de Charles Bovary:
El narrador nos está hablando en primera persona del plural. Hasta ahí bien. Y tiene sentido mientras nos habla del periodo escolar de Charles, porque nos dice lo que está viendo. ¿Pero después? Este narrador desaparece repentina e imperceptiblemente, convirtiéndose en narrador omnisciente, un narrador que ya no tiene cuerpo “físico”. Al menos nos quedamos con esa sensación. A no ser que más adelante entre de nuevo el narrador en primera persona… Pero creemos recordar que no.