Ryoki Inoue: El escritor más prolífico o el mayor churrero de la literatura, con más de 1.000 libros publicados
Cuando los escritores nos quejamos de no sacar el suficiente tiempo para escribir, nos quedamos patidifusos cuando damos con Ryoki Inoue, un escritor brasileño de ascendencia portuguesa y japonesa que en cerca de 30 años, tras abandonar su profesión médica para dedicarse por entero a las letras, ha publicado más de un millar de libros, muchos de ellos de éxito. Los hace como churros, imparablemente, usando hasta 39 seudónimos y copando casi por completo el mercado editorial de los libros de bolsillo editados en Brasil (en torno al 95% son creaciones suyas).
El autor llama «disciplina y aplicación» a su frenética actividad compulsiva, que le obliga a sentarse frente al ordenador y no parar hasta que termina su nuevo trabajo, aunque le den las mil quinientas y gallo de la madrugada. Él mismo define su proceso creativo de la siguiente manera:
Su incontrolable pasión literaria le ha llevado a escribir tres novelas de amor en un solo día y varias veces al mes tiene que cambiar de teclado, porque los quema con el agitado repiqueteo constante de sus dígitos. Por si no fuera poco, además escribe en decenas de periódicos y revistas. Sus escritos se cuentan por miles, con un amplio espectro de temáticas: lejano Oeste, espías, guerra, misterio, ciencia ficción o romance, siendo su predilecto el género policiaco.
Ha sido registrado, como era de esperar, en el Libro Guinness de los récords como «el escritor más prolífico del mundo».
Semejante intensidad desmesurada es algo que impresiona y apabulla, desde luego, pero cabría preguntarse a qué obedece tan gigantesca labor narrativa. ¿Qué clase de obsesión puede conducir a un autor a producir una cantidad astronómica de títulos? ¿Realmente es necesario? El afán de lucro, de notoriedad o de autosatisfacción (factores que pueden ir combinados o por separado), no parecen justificar del todo una tarea tan descomunal y extraordinaria. ¿Entonces?
Cuando un servidor ve casos exagerados de una entrega tan profusa e incesante al oficio literario, desde Lope de Vega a Corín Tellado, me acuerdo de Julio Cortázar y de cómo explicaba que durante una larga temporada, mientras escribía Rayuela, estaba tan absorto y embebido con los personajes y la trama, que la ficción que estaba creando pasó a convertirse en la auténtica realidad, la única realidad; mientras que la realidad que le rodeaba, fuera del Olimpo mental, perdió todos sus contornos y su consistencia.
Conozco esa sensación. Y es poderosísima.