Nos escapamos, Pablo y yo, del tedio universitario, hacia las sorpresas inusitadas que nos otorga el cine. Nos metimos en la enorme caja negra a ver Entrevista (Intervista) de Federico Fellini, película de 1987. Durante aproximadamente 105 minutos desaparecimos dentro del celuloide de una manera acolchada y feliz.
Cuando salimos del cine estuvimos caminando en silencio, ambos en paralelo, 30, 40, 50, 60, 70 minutos sin mediar palabra. Nos acompañábamos como la sombra o el reflejo en un espejo, pero ambos ensimismados, conmocionados, transidos, en paz, liviana y hermosamente poseídos.
Ambos sentíamos que, después de sumergirnos en el fantástico mundo felliniano, el mundo, las calles, el tráfico, la gente, el cielo, todo lo que nos rodeaba era insulso, gris, sin misterio, prosaico, angustioso en su enferma repetición anodina, sin brillo, banal, sin pizca de originalidad.
Dentro de nosotros, se sucedían deliciosamente las imágenes fílmicas que habíamos presenciado, ese bellísimo y alucinante delirio felliniano: Mastroiani y Anita Ekberg (¡casi 30 años después de la Dolce Vita!), el grano en la nariz del joven actor, los primeros amores entre tules y caravanas, el gran derrumbe de la selva de los elefantes de cartón, Cinecittà (la ciudad del cine) y sus mágicos e idílicos imposibles, Federico perseguido por reporteros japoneses y contestándoles con sus inmejorables ambigüedades, el chiflado director histérico atronando con el megáfono, las músicas circenses, los castings realizados a desconocidos en el metro, el despreocupado e hilarante productor, los paisajes corales con sublimes y entrañables personajes surrealistas, el emotivo e inolvidable viaje en tranvía, los indios a caballo surgiendo impensablemente, la diva devoradora, la jovencita campestre, los embelesados momentos chinescos, la tormenta bajo improvisados plásticos y entrañables entropías y empatías fraternales, la verbigracia italo-mediterránea, el cine por dentro y ese inmenso cielo pintado por dos trabajadores en un decorado atemporal…
En películas de Fellini como Amarcord, Roma, Entrevista, 8 ½, La ciudad de las mujeres… asistimos a ese mundo biográfico y soñado, personal e intransferible, del director, donde la fantasía, la maravilla, lo mágico, lo telúrico, la humana vitalidad, nos invade y nos transforma.
Hasta el punto de desear vivir, instalarnos, en el mundo de Fellini (en su pintoresquismo cosmopolita / entre los brazos de sus arrobadoras mujeronas tiernas y dominantes, como madres profanas / en sus músicas que conectan con las memorias sentimentales de todas nuestras generaciones / en esa ternura y cariño omnipresente de Fellini para con todas sus criaturas / en ese sentido del humor pícaro y benigno que nos produce una sonrisa primigenia / en ese imperio de la fantasía hiperreal que conecta con todos nuestros ideales utópicos imposibles / en esa atmósfera de seres abiertos y francos, amistosos y cálidos, divertidos y patéticos, pero tan cercanos…); y abandonar, PARA SIEMPRE, nuestro cívico y alineado mundo real, donde la comunicación entre los seres humanos se parece más al parloteo aislado de los avestruces charlatanes que nos describió Milan Kundera.