Siempre nos sedujo e hipnotizó el videoclip, dirigido por Chris Cunningham, del tema “All is Full of Love” (Todo está lleno de amor) del disco Homogenic (1999) de Björk.
Y Björk, la voz gélida de la musa melancólica de cristal, carnalidad y sensualidad del porvenir, geisha de latitudes islandesas. Oírla es como hacer el amor con una densa nieve que se te derrite deliciosamente encima al calor de una chimenea de álgido iglú.
Y qué vídeo. Neorromanticismo de la tecnología. Amor de robots sutilísimos con una delicadeza y pureza extraordinaria. Casi obligados a amarse los amantes cibernéticos, en el rito sincrético de las máquinas teledirigidas por un Cronos informatizado.
Amor que nos embelesa y nos hace cosquillas, amor humano por su mezcla de opuestos. Contradicción de ternura y maquinismo. Amor blanco, casi lechoso, amor brillante, metal y neopreno, amor preciso de turbina de cirujano. Amor, paradójicamente, exento de mecánica.
Gran vídeo para terminar un siglo (el incalificable siglo XX). Futuro de idealizado amor entre mecanos que sublima el idealizado amor entre humanos. Un puente-sonda lanzado al siglo XXI, para amarnos, tristemente si se quiere, pero sin violencia.
Un vídeo que nos inquieta con preguntas, pero nos da algunas escalofriantes y tiernas alternativas…
(Cómo le hubiese gustado este vídeo, por ejemplo, a Man Ray).
(Parece que la tecnología nos supera).
Y qué música. Muy creativa combinación de voces, instrumentos de cuerda y electrónica, con sabroso toque oriental. Música que estremece como un lago helado. Subyuga como la letanía de la liberación.
La juventud, la belleza, siempre tuvieron algo glacial e inalcanzable.