Cuando muere José Luis López Vázquez ha muerto un importante y tierno pedacito de nuestra más cercana memoria sentimental española. Durante generaciones, con sus encarnados personajes (estrambóticos, canallescos, desolados, tragicómicos, íntimos, sensuales made in spain, frikis, pintorescos, expansivos, nerviosos, caricaturescos, de carácter huraño-cabreado, de carácter tierno e iluso…) hemos reído a mandíbula batiente, nos hemos identificado muy entrañablemente, hemos padecido dramatismos y patetismos, y sobre todo, hemos rozado infinidad de veces la íntima membrana de nuestros anhelos, frustraciones, sueños, nuestras carencias y grandezas.
Con una carrera de actor envidiable, una de las más completas a lo largo y ancho de más de 200 películas, trabajando con todos, con los más grandes cineastas de nuestro país, en las mejores películas del cine español, entre ellas muchas genialidades del destape, muchas genialidades del surrealismo casero español. Trabajando con Fernando Fernán Gómez, José Luis Garci, Luis García Berlanga, Marco Ferreri, Antonio Mercero, Santiago Segura, José María Forqué, Francisco Regueiro, Jaime de Armiñán, Pedro Lazaga, Mariano Ozores, Pedro Masó, Mario Camus, Antonio Giménez-Rico, Pedro Olea, Bigas Luna, Antonio Mercero, Antonio Drove, Carlos Saura, Juan Antonio Bárdem, Manuel Gutiérrez Aragón, Vicente Escrivá… Incluso con George Cukor, que quiso llevárselo a Hollywood, al parecer, pero nuestro gran genio cómico de la legua prefirió mantenerse en nuestras latitudes.
60 años casi ininterrumpidos haciendo cine y encarnando los más diversos personajes, no es algo al alcance de muchos, y mucho menos siendo siempre tan valorado y querido por todos, que ya quisieran la misma suerte muchísimas grandes estrellas del star system norteamericano, sistema depredador que devora a sus propios artistas. Aquí, más mundanos y provincianos, siempre hemos querido como a un hermano mayor o menor, con entrañable pasión, a este dotadísimo actor tan nuestro, un genio del celuloide que para más señas de identidad era bajito, calvo y físicamante no muy agraciado, con ojos saltones y vivarachos, bigotito histórico, vacilante anatomía y nariz boxeada.
Ahora, como homenaje, en periódicos, blogs, revistas, con motivo de su forzosa despedida, chorros de tintas de toda índole no dejan de exclamar que ha muerto uno de los más grandes actores de nuestro país. Así es, así sea. Pero demos un paso más allá, un paso arriesgado y entusiasta: Digamos que con José Luis López Vázquez ha muerto el mismísimo Jack Lemon español. Ni más ni menos. Y digo esto con personal ahínco, siendo para servidor Jack Lemmon uno de los diez mejores actores de la historia del cine. Y nuestro amado (y muy respetado) José Luis López Vázquez está a su lado, pegaditos ambos, como gemelos gigantes del arte de encarnar vidas delante de la cámara que construye el mejor cine.
Aparte de su carismática y precisa gestualidad como actor, no podremos olvidar nunca esas miradas tan expresivas y cargadas de una ternura y humanidad infinita de algunos de sus personajes. Nadie como él para pintar el retrato de un ser desolado y pequeñito en la inmensidad y vastedad del mundo, el endémico pobre desgraciado, fácilmente identificable en una parcela de nuestro yo que preferimos ignorar, personaje divino que encarnó no pocas veces y de diferentes maneras.
De entre nuestras películas favoritas, vamos a destacar dos con José Luis López Vázquez de protagonista, por las que sentimos una debilidad absoluta:
- Mi querida señorita (1971); de Jaime de Armiñán (una de sus mejores interpretaciones).
- Duerme, duerme, mi amor (1974); de Francisco Regueiro (film con esa pátina de divino surrealismo urbano, con el Parque Lisboa de Alcorcón como escenario imposible).
Y a nuestro José Luis, le deseamos que descanse en paz, que nosotros no vamos a descansar de recordarle y quererle. Algo de todos nosotros, ese pedacito mordisqueado por la memoria, arrancado al vacío en el paso del tiempo, se ha ido con él al cielo. Pero, ajajá, nos quedan todas sus películas, qué inmenso y filantrópico legado, lo que nos queda por redescubrir y la de veces que lo vamos a revivir en nuestro aliento, en nuestra conciencia, en nuestras pantallas y en nuestra más sincera risa.